Bienvenidos a Cartas desde el pozo. Pronto se os acostumbrará la vista y confirmaréis que aquí las paredes rezuman agua insalubre y el suelo de cantos y guijarros entorpece el movimiento. Sin embargo, algunos hemos dado con un rincón donde sobrevivir. Allí sonreímos a la tragedia, labramos la ciénaga para cultivar comedias, y nos hemos conjurado para que el esperpento sea nuestra rutina. Seguidme y os conduciré hasta el lugar del que os hablo.

Todos arrojáis vuestros desperdicios al pozo: lo que os obsesiona, lo que no os atrevéis a mostrar, lo que no debería haceros reir pero inevitablemente os provoca carcajadas incontenibles... lo que os impide ser normales. Bajad y descubriréis que estáis descartando la mitad de vosotros mismos. Posiblemente, la mejor mitad.

El código del pozo

En Cartas desde el pozo sólo hay una regla: expresamos ideas, sensaciones y sentimientos por medio de palabras, pero evitamos la pedantería, la chabacanería o el exceso de afección.
Aquí caben todos los registros, pero no atormentes con tu tormento ni intentes hacer reír con esa broma que ahora triunfa en los bares. No buscamos eso.
Y a la derecha, Lo que cae al pozo, nuestra sección de objetos perdidos que merecen ser rescatados del olvido.

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cartasdesdeelpozo@ya.com

jueves, 17 de julio de 2008

De buena mañana

Hoy me he levantado muerto.
No cansado, pero seco.
Con agilidad de felino, sí.
Con hambre atrasada. Correcto.
Pero no vivo. Más bien deceso.

Ya no me llega voluntad al cerebro
ni sube sangre a los ánimos
ni baja amor al intestino grueso.
Que de ancho se quedo en nada,
en entraña que se hace delgada.
Como cuando prometí confesarte aquello
y aquello quedó en simple abrazo.
Enjuto y esmirriado.
Y mi ilusión que no pasa.
A ratos empujo y parece que fluye,
pero las más de las veces se estanca.

Y se pudre y se hace veneno:
ponzoña para cargar la pluma
y escribir de buena mañana
que otra vez amanecí muerto.

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