Bienvenidos a Cartas desde el pozo. Pronto se os acostumbrará la vista y confirmaréis que aquí las paredes rezuman agua insalubre y el suelo de cantos y guijarros entorpece el movimiento. Sin embargo, algunos hemos dado con un rincón donde sobrevivir. Allí sonreímos a la tragedia, labramos la ciénaga para cultivar comedias, y nos hemos conjurado para que el esperpento sea nuestra rutina. Seguidme y os conduciré hasta el lugar del que os hablo.

Todos arrojáis vuestros desperdicios al pozo: lo que os obsesiona, lo que no os atrevéis a mostrar, lo que no debería haceros reir pero inevitablemente os provoca carcajadas incontenibles... lo que os impide ser normales. Bajad y descubriréis que estáis descartando la mitad de vosotros mismos. Posiblemente, la mejor mitad.

El código del pozo

En Cartas desde el pozo sólo hay una regla: expresamos ideas, sensaciones y sentimientos por medio de palabras, pero evitamos la pedantería, la chabacanería o el exceso de afección.
Aquí caben todos los registros, pero no atormentes con tu tormento ni intentes hacer reír con esa broma que ahora triunfa en los bares. No buscamos eso.
Y a la derecha, Lo que cae al pozo, nuestra sección de objetos perdidos que merecen ser rescatados del olvido.

Si quieres publicar o sugerir objetos, escribe a
cartasdesdeelpozo@ya.com

miércoles, 16 de julio de 2008

El trayecto de cada día

Cito al tren en los medios
a las siete y pico en Príncipe Pío.

Un móvil llama a su dueño
(es un ejecutivo…
…y el dueño lo mismo)
Un bolso se sienta a mi lado.
Lo agarran diez uñas pintadas
y un pulgar abrigado de oro.
Deslumbran las ninfas del Bershka
que se sonríen observadas
por la cuadrilla de ojos perplejos
de tres continentes distintos.

En Pozuelo el esquimal vegeta y tirita.
La tirita es del talón de Esperanza:
la sandalia derecha de la nueva pija.

A la altura de Las Matas
el convoy ha perdido quilates.
No es volátil ni alcista
(ni suena a parqué del señor Nikkei)
Ha cerrado el trato y se calla.
El silencio hace caja.
El C-10 ya no es de mercancías.

Cuando llego a Torrelodones
Pierdo de vista los shorts y su tetuda.
No sé dónde apuntar
y me miro en el cristal
(gilipollas despistado)
Colega,
sin carpetas, tirantes y tanguitas
nos quedamos en cuadro.

Politonos de a dos mensajes.
Baja el jodido reguetón. Duro.
Ya sólo viajan honradeces
y aquel señor y su botella vacía.

Y yo, que hoy no he bebido
ni soy honrado,
jamás sé dónde bajarme:
si con las niñas bonitas
o donde el amigo borracho.

Porque lo que sí tengo claro
es que los tipos honrados se duermen
nunca se apean en ningún lado.

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