El trayecto de cada día
Cito al tren en los medios
a las siete y pico en Príncipe Pío.
Un móvil llama a su dueño
(es un ejecutivo…
…y el dueño lo mismo)
Un bolso se sienta a mi lado.
Lo agarran diez uñas pintadas
y un pulgar abrigado de oro.
Deslumbran las ninfas del Bershka
que se sonríen observadas
por la cuadrilla de ojos perplejos
de tres continentes distintos.
En Pozuelo el esquimal vegeta y tirita.
La tirita es del talón de Esperanza:
la sandalia derecha de la nueva pija.
A la altura de Las Matas
el convoy ha perdido quilates.
No es volátil ni alcista
(ni suena a parqué del señor Nikkei)
Ha cerrado el trato y se calla.
El silencio hace caja.
El C-10 ya no es de mercancías.
Cuando llego a Torrelodones
Pierdo de vista los shorts y su tetuda.
No sé dónde apuntar
y me miro en el cristal
(gilipollas despistado)
Colega,
sin carpetas, tirantes y tanguitas
nos quedamos en cuadro.
Politonos de a dos mensajes.
Baja el jodido reguetón. Duro.
Ya sólo viajan honradeces
y aquel señor y su botella vacía.
Y yo, que hoy no he bebido
ni soy honrado,
jamás sé dónde bajarme:
si con las niñas bonitas
o donde el amigo borracho.
Porque lo que sí tengo claro
es que los tipos honrados se duermen
nunca se apean en ningún lado.
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