Bienvenidos a Cartas desde el pozo. Pronto se os acostumbrará la vista y confirmaréis que aquí las paredes rezuman agua insalubre y el suelo de cantos y guijarros entorpece el movimiento. Sin embargo, algunos hemos dado con un rincón donde sobrevivir. Allí sonreímos a la tragedia, labramos la ciénaga para cultivar comedias, y nos hemos conjurado para que el esperpento sea nuestra rutina. Seguidme y os conduciré hasta el lugar del que os hablo.

Todos arrojáis vuestros desperdicios al pozo: lo que os obsesiona, lo que no os atrevéis a mostrar, lo que no debería haceros reir pero inevitablemente os provoca carcajadas incontenibles... lo que os impide ser normales. Bajad y descubriréis que estáis descartando la mitad de vosotros mismos. Posiblemente, la mejor mitad.

El código del pozo

En Cartas desde el pozo sólo hay una regla: expresamos ideas, sensaciones y sentimientos por medio de palabras, pero evitamos la pedantería, la chabacanería o el exceso de afección.
Aquí caben todos los registros, pero no atormentes con tu tormento ni intentes hacer reír con esa broma que ahora triunfa en los bares. No buscamos eso.
Y a la derecha, Lo que cae al pozo, nuestra sección de objetos perdidos que merecen ser rescatados del olvido.

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cartasdesdeelpozo@ya.com

jueves, 24 de julio de 2008

La sombra de aquel apeadero

Es sólo más temprano que la noche
y sólo más fresco que el pleno agosto.
La luz sobre la ventanilla del vagón,
se desbanda entre coronas y anillos de polvo,
y aturde como un caleidoscopio multiplicado.

Al fin alivia la vista un haz precario de sombra,
un respiro clarividente a cobijo de aquel apeadero.
Alzo los ojos libres, desciendes y te veo pasar.
(Te quiero) cuando la marcha vuelve a dejarme ciego.

Que falta hará abrillantar ahora el cristal
o forzar la senda del sol a mi espalda
si por el escueto callejón de penumbra
tengo la breve instantanea que eternamente buscaba.

Ya puedo cerrar los ojos mientras el tren avanza.

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