Bienvenidos a Cartas desde el pozo. Pronto se os acostumbrará la vista y confirmaréis que aquí las paredes rezuman agua insalubre y el suelo de cantos y guijarros entorpece el movimiento. Sin embargo, algunos hemos dado con un rincón donde sobrevivir. Allí sonreímos a la tragedia, labramos la ciénaga para cultivar comedias, y nos hemos conjurado para que el esperpento sea nuestra rutina. Seguidme y os conduciré hasta el lugar del que os hablo.

Todos arrojáis vuestros desperdicios al pozo: lo que os obsesiona, lo que no os atrevéis a mostrar, lo que no debería haceros reir pero inevitablemente os provoca carcajadas incontenibles... lo que os impide ser normales. Bajad y descubriréis que estáis descartando la mitad de vosotros mismos. Posiblemente, la mejor mitad.

El código del pozo

En Cartas desde el pozo sólo hay una regla: expresamos ideas, sensaciones y sentimientos por medio de palabras, pero evitamos la pedantería, la chabacanería o el exceso de afección.
Aquí caben todos los registros, pero no atormentes con tu tormento ni intentes hacer reír con esa broma que ahora triunfa en los bares. No buscamos eso.
Y a la derecha, Lo que cae al pozo, nuestra sección de objetos perdidos que merecen ser rescatados del olvido.

Si quieres publicar o sugerir objetos, escribe a
cartasdesdeelpozo@ya.com

miércoles, 2 de julio de 2008

Virgen blanca

Será verdad que no existe
y pasar las noches rogando
-la nada, la noche, el silencio-
es sólo cosa de superchería.

Yo adoro a una virgen blanca.

Blanca de pureza extrema,
alba de esbeltez contenida
y claro esplendor de imaginería:
tacto de madera noble,
brillo de yema de huevo
y lágrimas procesionarias
con destellos de luz de cirio.

A sus pies descansan mis ofrendas
que son todos mis pensamientos

Pero no la venero por casta
sino por ser carne,
No la honro por santa
sino por madre.

¿Devoción desviada?
¿Vocación blasfema?

Virgen de clara hermosura:
cuando la belleza sepa a justicia
sabré saborearla.

Maldito iconólatra:
viviré sólo para adorarla.

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